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Si de repente desaparecieran de nuestro paisaje personal y colecte todo aquel patrimonio cultural (material e inmaterial), todas aquellas creaciones artísticas, todas las vivencias tradicionales, que tienen su raíz explícita y fundamental en el cristianismo, la sensación de vacío sería abrumadora, dramática. Muchos museos y bibliotecas quedarían casi vacíos, nuestras ciudades perderían algunos de sus rasgos arquitectónicos distintivos, nos quedaríamos sin una parte importantísima de la música que hemos escuchado, el calendario de nuestra vida cotidiana sería plano y sin sentido, muchas de nuestras costumbres más arraigados —desde la cultura popular a la gastronomía— se fundirían carentes de base…

En nuestra sociedad occidental, y de una manera muy especial en Catalunya, la expresión de la fe cristiana, la voluntad de evangelización, las variadas formas de la liturgia y de la oración, el sentido que da la religiosidad al paso del tiempo y en las actividades de la vida cotidiana, han ido ligados durante dos mil años al hecho cultural en todos sus ámbitos, desde la alta cultura a la popular. Incluso para personas que no se considerarían cristianas de confesión, todo este patrimonio acumulado forma una parte integral e indisociable de los consumos culturales y de su mundo de referencias, impregna la vida de cada día.

El cristianismo, más que cualquier otra religión, ha escogido la cultura en todos sus niveles para relacionarse con las personas y para enviar sus significados profundos. De esto ha salido, para la sociedad, una riqueza cultural inmensa. Pero también el cristianismo se ha hecho mayor y rico en esta relación: asociado a formas sofisticadas y sutiles del pensamiento, a las creaciones artísticas más ambiciosas y más genuinas de cada época, con los grandes nombres y grandes corrientes de la creación en todos los géneros, el cristianismo ha logrado imbricarse con la sociedad de una manera densa y profunda, ha expandido y dibujado mejor su mensaje. La fe ha enriquecido la cultura y la cultura también ha enriquecido a la fe.

Esta simbiosis fascinante y productiva entre cristianismo y cultura, especialmente visible en el caso catalán, donde la iglesia ha tenido una constante preocupación por la expresión cultural propia de la fe y de la misión evangelizadora, es el producto de dos mil años historia y de la suma de muchas voluntades y capacidades creativas en el pasado. Pero comporta también requerimientos de presente y futuro. Uno, entre otros muchos, la necesidad social de una cultura religiosa generalizada. Otro, la necesidad por parte de la iglesia de encontrar las formas culturales actuales que permitan mantener en el presente y el futuro esa relación tan fecunda y significativa.

Una cultura general religiosa, entendida como un conocimiento básico del hecho religioso cristiano, más allá o más acá —según cómo se mire— de compartir o no su fe y de considerarse o no religiosamente cristiano, me parece imprescindible para entender a todo el mundo nuestro legado cultural y entrar en relación con él. Podríamos decir que nuestra sociedad, de forma muy mayoritaria, es cristiana de cultura, lo sea o no de religión. Sin un conocimiento básico sobre el cristianismo, resulta incomprensible una iconografía que atraviesa la historia del arte, como no se entienden del todo ni una iglesia románica ni un retablo barroco ni un réquiem de Verdi ni una cantata de Bach ni la poesía de Dante, de March o de Verdaguer. Ciertamente, estas creaciones artísticas pueden disfrutarse —¿del todo?— ignorando o menospreciando la raíz religiosa que las impulsó, el sentido religioso con el que fueron creadas. Pero esto sería injusto, reductivo y empobrecedor. No puede entenderse la cultura occidental sin el cristianismo. Por tanto, todo ciudadano debería tener unos conocimientos básicos sobre la fe cristiana —como de todas las grandes religiones—, porque sin ello le faltarán datos básicos para entender el mundo en el que vive.

El otro requerimiento, en mi opinión, de esta larga simbiosis entre cristianismo y cultura es que la Iglesia de hoy haga lo que ha hecho la de siempre: buscar y encontrar los lenguajes y las estéticas propias de su tiempo, hablar en las personas en el lenguaje contemporáneo, que no significa ni rebajar la exigencia (al contrario, a menudo significa incrementarla) ni banalizar los significados. El vínculo entre cultura y cristianismo no se basa en la nostalgia, aunque existe un legítimo orgullo por la tradición, sino precisamente en lo que es propio de la cultura: la capacidad de hablar con una nueva voz en diálogo con todas las voces que han hablado en el tiempo. La permanente renovación a partir de su permanente fidelidad. Porque no es de extrañar que cristianismo y cultura hayan avanzado de una manera tan avenida a lo largo de los siglos, y quieran seguir avanzando. Porque uno y otro están en el fondo apuestas humanas por la trascendencia.

Joan Maria Pujals, exconseller de Cultura de la Generalitat de Catalunya
Artículo publicado en la revista diocesana ‘Església de Tarragona’ de gener-febrer de 2022 (325)

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